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La teletrabajadora feliz

El sábado pasado, en la terraza de una cafetería que hay cerca de casa, escuché a un grupo de amigas que hablaban sobre el teletrabajo. Tomaban café con churros y, lógicamente, ninguna tenía la mascarilla puesta.   

La que llevaba la voz cantante decía sentirse encantada con su nueva situación de teletrabajadora. Por las pistas, pertenecía al sector público. Comentaba lo habitual: ‘tengo más tiempo porque no tengo que ir a la oficina; me organizo a mi aire; atiendo yo a mi madre y así ya no tenemos a la chica que la cuidaba por las mañanas; me siento más segura ante el covid…’, etcétera.  

La cadena rota

Las respuestas de dos contertulias fueron interesantes. La primera dijo: “pues estarás  encantada, pero el teletrabajo está haciendo polvo a muchos comercios. Por ejemplo, ¿quién se compra ropa si ya no salimos de casa ni para trabajar? Yo este año aún no me he comprado nada”.

La segunda vino de la más mayor del grupo quien, con bastante guasa, dijo a la teletrabajadora:

“Mira, yo creo que la economía es una cadena y esto del covid la está rompiendo. Se empieza a romper por los eslabones más débiles, por los que tienen menos ingresos o puestos de trabajo inseguros. Como la chica que cuidaba a tu madre. Pero si esto sigue el tiempo suficiente al final os tocará también a los más fuertes”.

Terrible augurio. La funcionaria torció el gesto y no estuvo ‘para nada de acuerdo’ con su amiga. Bueno, es obvio que quien por sus méritos percibe un sueldo público asegurado de por vida se siente más a salvo y, desde ese punto de vista, menos preocupado que el resto de los mortales ante casi cualquier situación. Nos estresamos más los que cobramos de la empresa privada, quienes regentan una tienda de ropa, los dueños de un restaurante… Pero no hay que ser un genio para atisbar que, a mucho menor consumo, mucha menos actividad productiva y, luego, menos impuestos devengados, menos inversión pública, menores salarios para todos y más paro –con lo que eso conlleva -, peores servicios… y así hasta donde alcanza la vista.

¿De verdad somos unos atrasados?

Cientos de artículos, reportajes y encuestas nos dan la perspectiva de que España es un país atrasado respecto a otros socios europeos porque aquí se teletrabaja menos. Según informes del último trimestre de 2020 un 34% de los españoles ya trabaja total o parcialmente desde casa y muchos se congratulan de este crecimiento. No participo de esa felicidad. Con algunos aspectos de la cuestión, de hecho, no estoy de acuerdo en absoluto.

Amparar todo el cambio de modelo económico que vivimos bajo los imperativos del covid es arriesgado. Y bastante incoherente en según qué casos. Valga el ejemplo de la funcionaria del café, que de lunes a viernes no sale a trabajar para no contagiarse, pero que el sábado comparte mesa con cuatro amigas, supongo que después irá al súper y, quién sabe, a lo mejor cena con sus hijos y las parejas de estos. No sé, igual por la tarde toma el metro o el bus para visitar a un familiar, se va al teatro o a dar un paseo por el centro (y hace muy bien, ojo).

¿Esta señora, entonces, queda a salvo del virus por el hecho de trabajar de lunes a viernes desde su casa? Pues mucho me temo que no; a lo sumo, está comprando menos papeletas para sacar  (¡no permita Dios que le toque!)  premio en esta rifa. ¿Pero cuántas papeletas menos? Pues ni idea; pero es que no creo que nadie lo sepa, en realidad.

Si paramos la máquina, paramos todos

La realidad del caso de la tertuliana del café es la descrita y decir que es bastante incongruente lo que hace, unos días sí pero otros no, no es negacionismo. No la culpabilizo, ni la critico: ella hace lo que le mandan y si además le encanta su nueva situación, pues fenomenal. 

Mirad, creo que toda la profilaxis que sus jefes aplican de lunes a viernes para que esta señora –y tantos miles como ella- quede a salvo del virus, se va al garete el fin de semana. Y además es inevitable, porque mi amiga tiene que vivir, que salir, que comprar. Entonces ¿sirve tanta precaución en unas situaciones y tan poca en otras? No lo sé, pero si dejamos de comprar ropa porque no salimos, de tomarnos un café en el bar porque estamos en casa toda la mañana, de gastar suelas de zapato, de comer en el restaurante el menú del día, de tomar el autobús, de coger el coche o de comprar una revista en el quiosco…, sé que pronto pararemos la máquina. Eso seguro. Y seguro, además, que si paramos la máquina nos pararemos todos, unos antes y otros después. Mi amiga del café y su jefe o jefa de departamento también.

Creo que afrontar la realidad del covid con sentido común, con las debidas precauciones, con respeto a uno mismo y a los demás, es un buen planteamiento para que podamos seguir adelante y que la máquina siga funcionando de forma más o menos razonable. No digo ni de lejos que haya que minimizar el problema, que nos volvamos talibanes anti-teletrabajo, que haya que saltarse las normas –y eso que algunas, pero sería otro debate, son bastante abstrusas-. Pero de ahí a creer a pies juntillas la opinión de tantos presuntos expertos que afirman indubitables que el teletrabajo no traerá a todos un billete sin escalas a la Arcadia feliz, pues qué queréis que os diga.

Me gustaría conocer vuestra opinión: ¿El hecho de quedarnos en casa a teletrabajar de forma masiva nos libra del riesgo, lo minimiza, compensa el daño que se le hace al consumo y a la producción, o es otro empujón hacia un problema aún mayor? ¡Un saludo y cuidaros mucho!

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